Testimonios de:
Vilma Yep de Loyola
Conocí al P. Miguel Marina cuando estaba terminando mis estudios universitarios y realmente fue un regalo de Dios. Fue muy fácil sintonizar con él pues inspiraba siempre alegría y paz que eran reflejo de su vida interior, de lo que llevaba muy dentro en su corazón.
Los años de formación espiritual significaron para mí un acercamiento a Jesús vivo, a un Jesús amigo que marcó profundamente mi vida y que hace posible que siga perseverando en esta amistad con Jesús, en ese encuentro cada día con él en la oración.
Es innegable que el P. Marina era un Maestro de la oración. Nos enseñó a orar con la Biblia y a gustar de ella. Importante mencionar el examen de la alegría con la pregunta clave: ¿estás contento, contento, contento?
El amor que tenía a Dios lo llevó a una entrega al prójimo admirable. Esa dimensión social de amor al prójimo con obras concretas que nos enseñó caló muy hondo en todos los que lo conocimos y por ello considero que también marcó mi vida con ese deseo de ayudar a los demás
Doy gracias a Dios por haber conocido al P. Marina, un sacerdote santo, y por todas las enseñanzas que de él recibí.
Pedro Méndez
Cuando tenía 20 años (ahora tengo cerca de 60) buscaba un grupo cristiano y un director espiritual que me aconsejara sobre el llamado que experimentaba a la vida religiosa. No me sentía atraído por ningún grupo de mi parroquia en Surco (supongo por mi arrogancia). En la Universidad Católica, donde estudiaba, sabía de jóvenes que participaban en algunos grupos. Un par de veces asistí a uno de ellos, no obstante, no percibí que fuese mi lugar. Le confié mis sentimientos a un sacerdote, ya anciano, profesor mío del curso de filosofía medieval y le pregunté también dónde podía hacer unos ejercicios espirituales. Él me recomendó al padre Miguel Marina S.J. quien vivía en la casa de retiro de los Jesuitas en Huachipa, en los suburbios de Lima.
Era invierno de 1982 cuando llegué a Huachipa. Me integré a los “ejercicios en la vida” que el padre daba los domingos por la tarde. Cuando lo escuché me dije “¡es él es a quien busco!”. Me inspiró mucha confianza. En las primeras entrevistas más que hablar, él escuchaba, y al hacerlo entregaba su ser, y era como si, al darse, asumiera un alma.
Nunca se creó una relación de dependencia emocional (por ejemplo, como el sometimiento a un líder que busca tener el control o dominio de personas). Él no creaba esas cosas, era demasiado espiritual y maduro para hacerlo. Más bien era muy respetuoso de la libertad ajena, pero no por eso dejaba de presentar y proponer la exigencia evangélica. Lo veía apasionado por Jesucristo, totalmente entregado a él, y al mismo tiempo prudente, sabio, dialogante y con mucha experiencia. En Miguel Marina no se podía encontrar otra cosa que no fuese la ayuda para que uno se encuentre con el Señor. Era un especialista en dar retiros espirituales y guiar almas. Casi se dedicaba enteramente a esto, además de la administración de la casa de Huachipa y la gestión ayudas para los pobres a través de cocinas populares. Su línea de vida procedía de una intensa vida de oración y esto le hacía vivir para Dios y los hermanos, no para sí mismo. Él no sabía ni de cine, ni de teatros, ni de hobbies, y, sin embargo, tenía una alegría desbordante y auténtica como difícilmente se ve.
Dentro de las varias frases bíblicas que citaba, una siempre me resonaba de forma especial y que, a mi modo de ver, de alguna forma lo retrataba: “todos buscan sus propios intereses y no los intereses de Jesucristo” (Flp 2,21). Era un alma muy purificada que sólo buscó los intereses del Señor, a costa de tantas veces pasar en la sombra, detrás de la pantalla o marginado, dando siempre el primer lugar al Señor. Vivía en las manos de Dios y sabía ponerlo todo en sus manos.
Terminé siendo franciscano capuchino, pero lo llevo adentro como a un verdadero padre.
Walter Olivera
Recuerdo del P. Marina:
1. Su humildad. No le gustaban los elogios, ni en público ni en privado. Cuando lo elogiaban, decía: “TODO LO HACE DIOS”. De ahí su entrega a los demás como agradecimiento a Dios. Decía: “TODO ES RECIBIDO Y PARA DARLO”.
2. Su franqueza y su realismo. El problema es que la gracia quedará sin fruto si no me abro a ella. Puedo cerrarme y muchas veces lo hago. Por eso también decía: “NADIE SABE HASTA DONDE PODRÍA LLEGAR SI NO PUSIERA OBSTÁCULOS A LA GRACIA”. “YO POR MI PARTE ME CONSIDERO PURO IMPEDIMENTO” (San Ignacio).
3. Un corazón vigilante. Enseñaba a estar siempre atentos al engaño de las aficiones desordenadas. No Debemos confiar así nomás en todas nuestras inclinaciones, pues hay en nosotros una mezcla de bien y de mal. Por eso decía siempre: “EL PEOR ENEMIGO DE MIGUEL MARINA ES.. MIGUEL MARINA”. Varias veces lo escuché pedir a Dios en la Misa: “QUE LO BUENO QUE HAY EN MI NO SEA VENCIDO POR LO MALO QUE HAY EN MI”.
4. Su espíritu de discernimiento. Por eso se preocupaba tanto en enseñarnos a identificar las aficiones desordenadas que continuamente nos tratan de engañar.
Enrique Meza
Me piden un testimonio del Padre Marina. No sé cómo empezar. Se me ocurre que puedo compartir algunos momentos con él.
Cuando nos conocimos, fuimos presentados por Ricardo. Usó conmigo una de sus clásicas frases: “los amigos de mis amigos, son mis amigos”. Me pareció un tipo sencillo, agradable, muy acogedor, pero lo más interesante, me pareció sincero. Tal vez por eso me quedé en el grupo, empecé a buscar a Jesucristo y, poco a poco, me fui comprometiendo con la catequesis, y me quedé más de 20 años.
Mi relación con el padre siempre estuvo marcada por el respeto. Eso no significa que no riéramos de buena gana en muchos momentos. Recuerdo varias situaciones en que, ante una intervención mía, hecha más con ganas de fastidiar que de aportar algo a la reunión, me soltara una frase que repitió muchas veces: “¡Este limeñito!”.
También recuerdo haber llorado algunas veces. En medio de una confesión general, al momento del arrepentimiento por alguna locura hecha o por un recuerdo triste como el que todos hemos experimentado alguna vez. Nunca me rechazó. Siempre estuvo cerca, acogiéndome con cariño y respeto, en ese momento de máxima vulnerabilidad.
Recuerdo también, haciendo retiro de mes, que en un momento dado le pedí me ayudara a hacer elección de estado. Le confesé que por primera vez me sentía libre, capaz de tomar una decisión sin sentirme particularmente inclinado en un sentido o en otro, indiferente (como diría San Ignacio). Su respuesta fue impresionante: “Fuera de los ejercicios puedo sugerirte una decisión en base a lo que veo y creo que es mejor para servir a Dios. Pero, dentro de los ejercicios, si yo interviniera y no dejara actuar al Espíritu Santo, estaría negando todos mis años de Sacerdocio. Si el Señor no te ha pedido nada en especial, es que no te lo está pidiendo”. Así era la fe del padre Marina, así actuaba, así dejó que el Espíritu Santo orientara mi vida.
Finalmente, recuerdo que tres o cuatro días antes de que falleciera, me llamó y me dijo: “¡Ya no puedo más! Ya no puedo hacer la misa de pie ni sostener el misal. Estoy muy agotado”. Yo le respondí, con mucha paz interior: “¡Ya padre! Si alguien puede decir con San Pablo ‘he combatido bien mi combate´ Ese es usted”. No sabía que estaba tan mal y que en ese momento nos estábamos despidiendo.
Siempre he creído que Dios me regaló dos padres: Eduardo, mi padre biológico, que me enseñó la verdadera dimensión del amor de un padre, y a valorar el trabajo y el respeto a los demás; y Miguel, mi padre en la fe, que me enseñó a buscar y amar a Jesucristo. Por coincidencia, ambos nacieron un 25 de Febrero, Eduardo dos o tres años antes que Miguel. ¡Que suerte tuve!
Ninoshka Chincha
¿No ardían nuestros corazones mientras nos explicaba las Escrituras?
Como los de Emaús, es lo que sentíamos cada domingo, en las charlas que el Padre Marina nos daba o en las revisiones de vida, nos hacía sentir tan vivo a Jesucristo…Por ese gozo, no nos importaba tener que madrugar los domingos, atravesar Lima en un viaje de más de dos horas por caminos de tierra, en transportes no precisamente cómodos.
“Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”
El Padre Marina transparentaba esas palabras de san Pablo en su vida y nadie debe escandalizarse de esto, porque ya lo dijo el Señor:
«Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
El Padre Marina era un hombre lleno de Jesucristo, “el hombre que a propósito y, si esto fuera posible, sin propósito, hablaba siempre de Jesucristo y hablaba de la abundancia del corazón.”, como le recomendaba el P. Jorge Longhaye a su discípulo Hno. Leoncio Grandmaison. Una de esas páginas maravillosas que el Padre Marina siempre compartía con nosotros. O sus hallazgos, como la entrevista de Pilar Urbano a Narciso Yepes, que le había hecho “tilín”, como decía él.
Muchas cosas más podríamos recordar de él, todas muy buenas: como nos enseñaba a abrirnos al prójimo, especialmente a los más necesitados, a formar comunidad en Cristo, a valorar los sacramentos, a gustar de la lectura de la Sagrada Escritura en la oración y muchas otras más.
Para terminar, una de sus características más notables, él era profundamente sonriente y alegre, como alguna vez nos comentó que debió ser Jesús. A su lado no era posible estar triste, siempre nos arrancaba muchas sonrisas. ¡Que esté usted ahora, gozando infinitamente de Jesucristo, querido Padre Marina!
Juan Carlos Morante
Con respecto a mi testimonio puedo decir lo siguiente. Lo que más agradezco del P. Marina es que me introdujo en la espiritualidad ignaciana, en los ejercicios espirituales, y me ayudó a descubrir a Jesús de una manera muy personal y con un sentido de misión muy fuerte.
Conocí a Miguel Marina en un momento muy importante de mi vida cuando vivía conflictos muy fuertes con mi fe y me ayudó a descubrir un nuevo rostro de Dios.
Siempre tuvo un trato muy afectuoso y cercano; lo sentía como un padre en quien podía confiar mucho.
También me enseñó a descubrir a Jesús en el rostro de los pobres y a descubrir la alegría de servir.
De esa manera fui descubriendo mi vocación a la Compañía.